miércoles, 28 de septiembre de 2011

Brindis

Nunca debemos olvidarnos de levantar el vaso, y con voz ronca soltar algún improperio cómico, fácil de entender, y que vaya al caso por la situación. Tenemos que brindar por el amor, por la muerte, por la duda, por el miedo, por la amistad, por ti y por mi. Tenemos que hacerlo por los que tenemos la suerte (o desdicha) de seguir aquí, por los que ya se han ido, por los ausentes aunque sigan presentes, por los desinteresados, y por los que siempre comparten su alegría o su tristeza profunda. Nunca se nos debe olvidar dar gracias, de la manera más fácil y natural que sabemos, por todo aquello que nos separa de ser meros artículos de decoración en un mundo que no comprendemos de manera completa. Pero por nada del mundo debes de brindar sin verme, sin mirarme fijamente, no quisieras que aquella maldición milenaria te trajera un año (o siete, según la creencia) de insatisfacción carnal, nadie merece ese castigo, desproporcionado y exagerado por faltar a una mera convención. Pero al final una convención que dice mucho de quien la propone y de quien la rompe.
Hay que bailar, y mientras más pegadito mejor, hay que saber sudar y gozar porque el último momento puede ser este en el que escribo estas letras. Hay que sonrojarse mucho, hay que decir con la mirada, hay que esconder con la palabra, nos debemos al menos eso. Tenemos que perder el control con todas las fuerzas, porque así rompemos el maleficio de estar tan contenidos, siempre tan correctos y siempre tan falsos.
Brinda conmigo.

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