domingo, 28 de febrero de 2010

Miradas

Tal vez el tiempo no se detuvo cuando te vi. No hubo parafernalia adicional durante los segundos en los cuales nuestras miradas se cruzaron. No sonó música de orquesta en el fondo, no fue tan evidente la mirada como para ser notada por los que estaban cercanos. Mi cerebro no hizo fast forward para encontrarnos en nuestra casa con niños corriendo mientras tu y yo sonreíamos: tu con vestido blanco y delantal, yo con Dockers y camisa a cuadros. No me imaginé envejeciendo contigo (no quiero envejecer aún). No vislumbré la posibilidad de morir juntos, o de morir de tristeza debido a tu prematura partida. Mi mundo no se movió.
Pero te he de confesar algo. Esa mirada hizo que instantáneamente perdiera los estribos. Sufrí de una ira incontenible. Y no fue por algo que le haya faltado al momento. En si fue perfecto. Pocas veces se encuentran momentos tan pacíficos en esta ciudad. No hubo ningún obstáculo entre tu y yo, no fue eso. Tampoco fue que notaste mi sonrisa y mi ruborización inmediata: no me da pena que mi cuerpo revele lo que pasa dentro de mi. Ni siquiera odio a la que asumo es tu amiga. Me imagino que lo que tenía que relatarte era de suma importancia, de ahí la premura con la cual te alejó de mi.
Enfurecido estuve porque duró muy poco. Exageradamente poco. Enfurecido estuve porque no te había mirado antes. Enfurecido estuve porque supe que tu también lo pensaste, y sin embargo ahora es prácticamente imposible volverte a encontrar. Colérico me torné, porque la cotidianeidad no me otorga momentos así muy a menudo. Enfurecido estoy escribiéndote esto porque no se donde estás. No se si tienes a alguien.
Enfurecido estoy porque, si bien no te imaginé en mi futuro, definitivamente te ofrecería mi presente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario